Sin perseverancia no hay triunfo

Los ruidos de los rechinidos de las zapatillas en el piso con cada frenada y amague son señales de que se está disputando un partido de básquet, el humo que sale de las camisetas de las jugadoras es un indicador que los cinco grados que hacen de temperatura están pegando fuerte, en la noche oscura del martes en el Complejo Parque Independencia. El ambiente en las tribunas en una mezcla de gritos, que se dividen entre darle aliento al equipo y entre acordarse de algún familiar de los árbitros del encuentro. La situación no es la mejor, Estación Experimental va cayendo por 66 a 65 frente a Nicolás Avellaneda y sus esperanzas de poder salir campeón desaparecen como un mago en su mejor truco de magia.
Priscila en uno de sus jugadas preferidas en ataque.

Queda la última posesión del encuentro, "tic tac" las agujas del reloj indican que quedan veinticuatro segundos, que para los que los que están viendo de afuera pasaran volando, pero que para las que están adentro de la cancha necesitan que sea como un reloj de arena. La base es la encargada de llevar la pelota hasta mitad de cancha; y es ahí, en ese momento en donde la tensión y el nerviosismo alcanzan el punto de ebullición en  todas las personas que se acercaron hasta Villa Mariano Moreno. Menos en una. Priscila Carona está atenta, se le nota un aire de serenidad, no se quiebra ante la adversidad, es dura como el acero, mira de reojo a la base, le hizo la seña para que le pase el balón, mientras la escolta hace la cortina, la naranja llega a las manos de Priscila, que en ese momento posa su mirada en la pelota como si fuera una niña pequeña observando una mariposa. La número 6 empezó a driblear entre dos jugadoras demostrando su velocidad de rayo, las superó a ambas para encarar directo al aro, imaginándose las veces que hizo esa jugada en los entrenamientos, en todas las canchas que supo pisar alguna vez, esperando ver que la pelota entre en la red como anillo al dedo para poder proclamarse campeona…
La ala pivot clavando una bandeja, demostrando su ataque.

Y es en ese momento en donde muchas cosas pasan por la cabeza de la chica oriunda de Los Aguirre; sus comienzos, lo duro que fue el poder encontrar un club de básquet femenino serio y profesional, lo difícil de no poder tener una buena altura y todo lo que paso para poder llegar a este instante, en donde la vida le sonreía, brindándole un presente más que ideal, en donde estaba a solo una canasta de gritar campeona, donde, además los buenos rendimientos que había tenido la habían catapultado a la preselección de básquet de Tucumán, a este preciso segundo en donde si ese doble entraba, todo el esfuerzo y el sacrificio que hizo durante varios años habrían valido realmente toda la pena que paso.

La primera vez que Priscila vio una pelota de básquet fue a la edad de 11 años, cuando por insistencia de su mejor amiga fueron a un entrenamiento. Ese momento en que el balón se cruzó en su vida, ella sintió como si el amor golpeara a su puerta en un momento que ella no esperaba, pero que igual decidió abrirle.

El primer club que la acogió fue Juan Bautista Alberdi, aunque la tucumana ya practicaba este deporte en el cemento gris de las calles, nutriéndose del barrio, en donde se encuentran los mejores potreros como dice la frase de Walter Zaracho, un famoso formador de jugadores. En Alberdi dio sus primeros pasos en el básquet, pero no todo fue color de rosas como en este presente que hoy tiene. Priscila recuerda con un poco de tristeza ese duro inicio porque al principio  no le iba bien ni a ella ni al equipo, los resultados no llegaban y además no se le daba el suficiente interés a los juveniles. Hasta que luego de un tiempo empezaron a entrenar en forma conjunta las inferiores con el plantel de primera y fue ahí donde se empezaron a hacer de una mejor manera las cosas en el club.
Los comienzos de "Pri" en el básquet.

Pese a que ella no lo sabía aún, Juan Bautista Alberdi y ella, iban a estar unidos como dedos a una mano por un largo tiempo. Fueron 4 largos años, en donde hubo más buenas que malas, pero sin importar los resultados, siempre los iba a considerar como  su segunda casa, su hogar alternativo.

Luego de remar contra viento y marea, tanto trabajo arduo por fin empezaría a dar sus frutos. A fuerza de buenos resultados, Juan Bautista Alberdi se convirtió en la cenicienta del torneo y logro llegar sorpresivamente a la final. Allí las esperaban las chicas de Estación Experimental, quienes para ese entonces ya eran amas y señoras de la divisional femenina. Desgraciadamente el cuento de hadas no terminaría con un final feliz, porque la campana de las doce sonó y terminaron siendo las de El Colmenar las que se quedarían con la gloria.

Desde ese momento, en donde Priscila conoció lo que era una cancha de básquet por primera vez, pasaron 4 años, que se fueron en un abrir y cerrar de ojos; pero la chica de 15 años ya había decidido que era el momento perfecto para cambiar de aire, un nuevo equipo, un nuevo horizonte hacía donde mirar, el año 2016 iba a ser su último en la cancha de calle 9 de Julio, ya no vestiría más esa camiseta color celeste cielo, que fue como ese amigo que le hizo la segunda para enamorarse de alguien, solo que ahora su enamorado la llevaría por otras canchas.

Su segunda experiencia sería en el Club Tucumán BB, quien fue el que le abrió las puertas para que la adolescente pudiera seguir demostrando lo que hacía y más que nada, entrenar para poder explotar al máximo todo el talento que tenía. Pero inconscientemente y en busca de un nuevo desafío, Priscila se cambió de vereda, yéndose al clásico rival de Juan Bautista Alberdi, haciendo lo mismo que Leonardo Gutiérrez en el 2010, cuando dejó Atenas para sumarse a Peñarol de Mar del Plata o cuando el mismísimo Gary “The Glove” Paytón pasó de Los Ángeles Lakers a los Celtics de Boston en el año 2004, que es considerado un verdadero“clásico”porque se enfrentaron en más de 10 finales en la NBA y por la cantidad de jugadores de calibre que tenían entre sus filas.
El traspaso de club que le trajo varios problemas.

Ese cambio de club le trajo muchos malos momentos y situaciones muy difíciles, ella recuerda que paso un tiempo muy feo en donde sus ex compañeras tomaron la decisión de cortar todo tipo de contacto con ella, sentían que habían sido apuñaladas por la espalda con su traspaso y quedó señalada como una especie de Judas. Pero lo único que Priscila buscaba era algo más profesional, entrenar de forma más dura. Ella admite que a veces se confundía la amistad con el entrenamiento y que eso no era bueno, ni para el equipo ni para ella, que eran distracciones que le impedían crecer.

Fue un riesgo que estuvo dispuesta a correr con tal de poder progresar en el deporte que la vio nacer. Hubo muchos problemas en el medio, ya que el Club Juan Bautista Alberdi, en primera instancia no estaba de acuerdo con dejar ir a la joven jugadora y no quiso cederle el pase. Luego el mismo club quiso hacerse acreedor de cierto dinero por su traspaso. Los de calle 9 de Julio parecían una calesita por la cantidad de vueltas que daban, pero al final, terminaron dándole el pase y de esa forma Priscila se transformó en nueva jugadora del “Beibi”.

En Tucumán BB solo estuvo el tiempo que tarda el sol en darle una vuelta a la Tierra, pero que dentro de todo, fue bastante positivo. En esos 365 días nutrió su estilo de juego, puliendo algunas técnicas como el dribleo, animándose a mejorar su tiro de tres puntos o afilando las técnicas a la hora del retroceso en la defensa, que hoy en día son sus mejores virtudes.

El destino la depositó en una nueva final, y, fue, otra vez, teniendo en frente a Estación Experimental. Era un partido más que especial para la oriunda de Los Aguirre. Pero ese mismo destino que le concedía esa oportunidad, seguía estando encaprichado en no darle la revancha a la número 6,  ya que a pesar de dejar todo en la cancha, los de calle Suipacha terminarían cayendo derrotados ante el poderío de “Las Abejas”; dejando a Priscila con la espina aún más clavada y agregándole más sal a una herida que aún no había terminado de cerrar. En esta historia, las de El Colmenar se habían convertido en una especie de verdugo personal, en donde siempre la sentenciaban a la derrota.

Todo el mundo sabe que la vida es impredecible y que tiene muchas vueltas, pues, una de esas vueltas fue la que puso a la chica de 16 años ante la oportunidad de convertirse en nueva jugadora de… Estación Experimental. Ese club que le había negado en dos oportunidades el poder consagrarse campeona, ahora le abría sus puertas de par en par para recibirla en su equipo.
Priscila dando un gran salto en su carrera.

Como una moneda, el cambio de club tenía dos caras, una era la satisfacción de dar un gran paso en su carrera y pasar a formar parte de un equipo que reunía todo lo que Priscila un día soñó y la otra era la tristeza porque en Tucumán BB se había formado un grupo muy unido, en donde la habían acobijado como si tuviera años en el club. A diferencia de lo que pasó en el anterior traspaso, no hubo malos tratos ni resentimientos de ningún tipo. Priscila era feliz porque la oportunidad que tanto había buscado durante años, ahora estaba frente a ella, golpeándole la puerta.

Vivía en carne propia como su sueño, dejaba de ser justamente un sueño para transformarse en realidad. Todas las fiestas a las que no fue porque al otro día jugaba, todas las veces que aguantó las miradas de reproche cuando no podía asistir a los cumpleaños familiares, todos los viajes en colectivo de más de una hora para llegar al club, todos y cada uno de los sacrificios que había hecho, sentía que habían valido la pena, porque su momento había llegado.

 La adolescente de 16 años se sentía flotando en las nubes como si estuviera en una película de Peter Pan… pero fue bajada a la realidad de un hondazo tan fuerte que la caída fue muy larga. En esta parte, el cuento color de rosas se empieza a nublar porque empezaron a aparecer los primeros obstáculos en su carrera. En un torneo amistoso jugado en Mar del Plata, Priscila sufrió un esguince grado 3 que la dejo imposibilitada para jugar las instancias finales de la competencia; pero cegada por las ganas de jugar, y ayudada por una compañera, que estaba acostumbrada a este tipo de lesiones, le colocó un estribo con posterior vendaje para que pudiera jugar.

La lesión se agravó por lo que debía hacer un párate y la chica sabía que eso significaba perder ritmo y minutos de juego que no iba a recuperar, siendo consciente también que tenía otras jugadoras en su posición y que estaban al acecho, como león midiendo a su presa, a la espera de una oportunidad.

Luego de cambiar su mentalidad, y de centrarse en su recuperación, Priscila sentía que podía recuperarse y que solo había sido una piedra en su camino, sin saber que solo era el comienzo de la pesadilla de la que no podía despertarse. Ella sentía que era su peor momento ya que con la lesión perdió varios kilos que fueron bastante significativos. A todo esto había que sumarle que la nueva temporada estaba a la vuelta de la esquina y el club había traído varios refuerzos para poder pelear el torneo. La chica prácticamente no jugaba, pasaba más tiempo calentando el asiento del banco de suplentes que en la cancha y parecía que sus sueños le soltaban la mano y sin tener de dónde agarrarse, sentía que estaba en una caída sin final.

Fueron meses difíciles, los primeros 30 días probaron su fe en más oportunidades de las que se pueden contar con los dedos de una mano. Ella no quería saber nada y la mayoría de los días solo era un mar de lágrimas hecha persona. En su cabeza daba vueltas y vueltas el fantasma de no volver a jugar el deporte del que se había enamorado de pequeña y había preguntas como: “¿Volveré a jugar?, ¿Seré la misma? Y “¿Cómo responderá mi tobillo? Que eran las que no la dejaban pegar un solo ojo por las noches.

Los días pasaron y las semanas se hicieron meses y el momento finalmente había llegado: la tucumana estaba lista para volver al cemento de las canchas, con más dudas que certezas pero lista al fin. Solo el tiempo diría como le respondería su tobillo.

El viaje hacia la cancha de “Las Abejas” fue más largo de lo habitual, ese trayecto que hizo en auto desde El Manantial hasta El Colmenar se sintieron como días y no como la hora que fue lo que en realidad duro. Tras calzarse la indumentaria para el encuentro, Priscila tomó la pelota y se encontraba parada en la mitad de la cancha, sola, con todos sus pensamientos. Y fue ahí donde el miedo comenzó a apoderarse de ella, escalando por su cuerpo hasta llegar a su mente, la consumía el temor a fracasar, pero ella recordaba todo lo que había pasado durante esos 210 días sin jugar, esas 4320 horas sin tocar una pelota, y la confianza empezó poco a poco a entrar en ella. Lo único que tenía que hacer era dar el primer paso, mover ese pie derecho y poco a poco, empezar a acelerar el paso hasta convertir esa caminata en un trote lento, luego mover más rápidos los pies para que del trote lento pase a correr como no lo hacía hace mucho tiempo. Primero un pie y luego el otro, Priscila se sentía como si estuviera aprendiendo a caminar de nuevo, miró la pelota y volvió a sentir esa conexión mutua que siempre hubo entre las dos.

Luego de la dura lesión, a Priscila le tomó tiempo, pero poco a poco volvía a ser la que un día fue. Cada día se sentía con más confianza y más segura de sí misma, ella confiaba en su equipo y viceversa.

El ambiente en “La Colmena” la ayudo bastante ya que era distinto a sus anteriores clubes, ella los define como una familia, porque una vez que entras, no quieres salir más, las personas te hacen sentir uno más desde el momento en que pisas el club, siempre te apoyan, te aplauden y eso es fundamental. Pero eso no es todo, también cuenta que sobre todo el básquet femenino es el más convocante de todas las disciplinas, los padres de las jugadoras son fieles seguidores del equipo, van a todos los partidos, tienen asistencia perfecta como los católicos los domingos en la Iglesia, no faltan nunca.
Los padres viajan a donde les toque, Simoca, Aguilares, San Cayetano, juntan para las trafic, pagan las entradas, la mayoría de las madres preparan cosas dulces para que tengamos para comer, las veces que hubo temperaturas bajas, hasta les consiguieron camisetas térmicas para pelearle al frío. A las chicas que viven lejos del club, los mismos padres a veces les dan dinero a las chicas para que carguen las tarjetas, o cuando la noche le gana a la luz del día directamente le pasan plata para que se vuelvan en un taxi a sus respectivos hogares.

El mismo club, se encarga de darle a sus jugadoras el mejor trato posible, hay una trafic que las busca en un punto de encuentro para llevarlas al entrenamiento, las apoya en todos los sentidos, ya que no pagan cuotas, les dan los uniformes limpios, cada chica tiene su botella de agua, así que es muy completo, en todos los sentidos.

Con la nueva pretemporada hecha, Priscila se recuperó, era la misma de siempre. Los resultados no tardaron en llegar, “Las Abejas” arrasaban contra todos los equipos que se enfrentaban, sea de local o de visitante, eran imparables, y las buenas noticias no paraban de llegar.
Luego de una nueva victoria, que estiraba aún más la racha, que a esa altura era mayor a la de Undertaker en Wrestlemania, las chicas de que comparten colores de camisetas con San Pablo se disponían a ir a festejar, cuando el celular de Carona sonó y en ese llamado que apenas fue de unos segundos sirvieron para cambiarle la cara a ella: la habían llamado a la preselección para integrar el equipo de la Selección de Tucumán. Con la mirada de reproche que le hacían sus amigas porque las dejaba tiradas, ella fue a casa a descansar porque el entrenamiento era al otro día y muy temprano. Esa fue la primera vez porque se haría costumbre.

Este año fue llamada por segunda vez a la preselección, ya que en el primer llamado, la presidenta de su primer club no incluyó su nombre en la lista por lo que no pudo ir. Fue un golpe duro para la pequeña basquetbolista, pero que solo la hizo más fuerte.
Con el plantel de la Selección de Tucumán.


Ahora, con el primer entrenamiento cumplido con la preselección cuenta lo duro que son las prácticas, con ejercicios de mucha exigencia física y con chicas que son más altas e incluso más corpulentas que ella. Ahora es más complejo porque son 40 jugadoras que van a pelear por 12 lugares, todas y cada una de ella tienen ganas de quedarse, porque llegaron hasta ahí por un motivo. Pero, vale la aclaración de que son tantas porque además de las elegidas, cada club podía mandar una jugadora que no esté incluida en la lista, por lo que la competencia está más fuerte que sol de verano.

Uno piensa que atrás de tanto sacrificio hay un apoyo emocional importante pero no es el caso de Priscila porque pese a su corta edad, ella logró lo que la mayoría de las personas logran a los 30 años, es una chica auto-suficiente y sabe que si hoy está aquí es porque las ganas son pura y exclusivamente por su propia voluntad. Sus padres dejaron de ir a sus partidos hace bastante tiempo y solo van a las finales, que es donde aparecen todos, si agradece el apoyo económico, pero admite que para motivarse y darse ánimos se tiene a ella mismo, mostrando a propios y extraños lo madura que es emocionalmente para la edad que tiene.

…Y es ahí, en ese instante en donde los recuerdos desaparecen de la cabeza de Priscila, y en donde antes había dudas, ahora había certezas, vio que la base llegaba a la mitad de cancha con la pelota, se movía de un lado a otro tratando de despegarse de la marca de la defensora que era más pegajosa que miel de abeja, cortinada por la escolta, logró irse hasta un extremo y haciéndole una seña a la armadora del equipo, esta le cedió el balón, la número 6 lo tomó con las manos y ya sabía lo que tenía que hacer. Con una gran jugada dribleo entre las dos jugadoras que la estaban marcando, con una velocidad de rayo, para irse directo al aro, en donde con un amague de mano a mano mandó la pelota al aro, que de caprichosa, dio un par de vueltas en la circunferencia para ponerle suspenso, pero que terminó entrando para que Priscila y Estación Experimental se pusieran arriba en el marcador, quedándose con el encuentro y consagrándose campeonas del Torneo Femenino de Primera 2019.
Con la medalla de campeona del torneo.

Priscila era un mar de lágrimas pero de felicidad, lo había logrado, todo lo que paso y todo lo que sufrió para llegar a este momento había valido la pena. Esa chica que 7 años atrás había empezado a entrenar en busca de un sueño, hoy finalmente lo cumplía. Detrás de las lágrimas hay mucha gente que la ayudo, muchas frustraciones que aunque la hicieron dudar, la terminaron convirtiendo en la luchadora que es hoy.

Diferente a lo que muchos puedan llegar a pensar, esto recién comienza para Priscila, que lejos de ser conformarse con lo ya logrado, no se queda solo con el hecho de haberse sacado la espina que tenía clavada por las dos finales perdidas, si no, que ahora sueña en grande, va por más y a la busca de conseguir sus sueños. Lo que le espera luego de este campeonato ganado, no será para nada sencillo, si este logro  fue complicado de conseguir, lo que le viene ahora será aún más difícil, porque esta basquetbolista es pequeña de altura solamente porque sus sueños son gigantes y piensa cumplirlos.
A primer vista el horizonte no está muy claro que digamos, pero de momento y a lo que apunta Priscila es aspirar a seguir siendo convocada a la Selección Tucumana de Básquet, que es lo primordial para que la vean desde afuera. Su sueño es el mismo de todas las personas que practican algún deporte, que es el de poder vivir de este el día de mañana.

La reciente campeona tiene una opinión bastante fuerte sobre el básquet en el país y es que no se le da la importancia que se merece y se hace muy difícil poder vivir de él. Y es más complicado aún para los tucumanos y sueña con que en el día de mañana las cosas cambien para bien de los deportistas.

Respecto a su sueño, son varios, pero en un futuro y ojala que no muy lejano, quiere poder representar a la Selección Argentina, calzándose la indumentaria celeste y blanca. También se desvive pensando en poder seguir jugando este deporte afuera del país, de manera internacional, quiere mejorar sus formas de juego, aprender nuevas técnicas y tácticas, y más que nada sumar experiencia.


Nadie sabe a ciencia cierta si esto sucederá, pero ella solo está segura de una cosa: el básquet corre por sus venas y nunca dejará de intentarlo.









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