Azucar Quemada



Azúcar Quemada


Hugo, en unos de sus ensayos.


La lluvia acompañaba aquella despedida. El cielo vestido de gris, contemplaba el último adiós. Debajo de aquel toldo azul, sonaban guitarras y bombos; los paraguas cubrían las gotas, y los pañuelos secaban las lágrimas de todo un pueblo. El llanto sollozo de Marta, y un grito desgarrador ¡“mi changuito, mi changuito”! se mezclaba entre acordes y melodías. Como él hubiera querido, con música, rodeado de familiares, amigos y vecinos, se despedía Hugo Brandán de Arcadia.

Aquella mañana todo parecía inmóvil a mí alrededor, salvo los recuerdos que rondaban en mi cabeza. Resultaba inevitable pensar como ese muchacho entrevistado meses atrás, ya no estaba entre nosotros.

Con Marcos Aguilar fuimos los primeros en llegar al amanecer, mientras los chubascos golpeaban los techos en Arcadia. Florencia, hermana menor de la familia Brandán, nos dio las llaves de su casa para acondicionar y armar en el patio, un pequeño escenario imaginario, al que Hugo subiría a cantar por última vez para no bajarse más.

A goteras, fueron cayendo los otros muchachos con sus instrumentos. Primero Antonio, luego José con Marcos, al rato Esteban, también Raúl, Javier y Gustavo. Se podía percibir un dejo de tristeza en sus rostros, y de sus ojos húmedos y cristalinos caían lágrimas que se confundían con la lluvia que se desprendia del cielo. Los abrazos afectuosos entre los pares, eran el consuelo necesario, para no quebrarse aquel día.

Un llamado nos advirtió que el coche de servicios fúnebres ya había salido de Concepción, que iba a llegar en cuestión de minutos. Rápidamente acomodamos todo. A medida que pasaba el tiempo, fuera de la casa de Hugo, la gente se iba acercando en silencio. De repente, llegaron todas las personas al velorio. Cuando miré por primera vez con atención quedé sorprendido por la cantidad de gente de una u otra manera, se habían hecho un tiempo para acercarse a despedir a su vecino.

El clero se hizo presente en la figura del Monseñor Obispo de la Diócesis de Concepción, quien rezó con todo el público un rosario, muy típico de sepelios. Acto seguido, el canto empezó a hacerse sentir, provocando en todos nosotros, una mezcla de llanto y alegrías.

“Tú, tan solo tú, mi universo y mi paz”, era la última canción que entonarían sus amigos. Aquella sinfonía transmitía una mezcla de alegría y tristeza, mientras el cortejo fúnebre iniciaba su viaje final, la música también se iba con él.

* * *

8 de mayo de 2019… Un insistente sonar de teléfono me despierta, es un llamado de Marcos Aguilar quien da la peor noticia:

-"Falleció Hugo".
-       
Estaba internado por una descompensación, a raíz de su diabetes. Los tiempos alocados de trabajo impidieron que pudiera llegar a la clínica, a ello agregado que no era la primera vez, que se desmejoraba. Pensé, es fuerte ya saldrá.

Siempre tenía eso de consolar él a todos, cuando entre cómico y serio decía, esto sucede de tanto en tanto, para salir de mis excesos. Esta vez la muerte nos ganó.

* * *

Ahora en un colectivo, con rumbo norte, me dirijo por la ruta treinta y ocho, con destino a Arcadia. El camino parece flamante y bien señalizado, pero al ganar kilómetros, los recuerdos golpean mi mente. La soledad, se hace presente al bajarme del autobús. Cruzo la ruta y me sumerjo en un territorio que hacía meses no visitaba. A  la distancia, observo un instituto, rodeado de árboles coposos y al lado una canchita de fútbol, donde tres chicos juegan al veinticinco. Esa tarde de domingo, camino sin pausa, pero sin prisa, observando detenidamente como dos señoras conversan en la vereda, típica imagen pueblerina, la calle San Martin, parece interminable. Una quiniela, un kiosco, una venta de ropas y más adelante la capilla del pueblo, son parte del paisaje de una localidad pintoresca.

El pavimento se termina, luego una calle de tierra con una pequeña pendiente, resabios del antiguo paso del tren y al fondo la cadena del Aconquija, imponente con sus nevados, haciendo honor a la próxima llegada del invierno, me conduce al hogar de Hugo. Una vivienda completamente color crema, con verjas blancas, un auto bordó oscuro descansa en el fondo de un garage, al frente un jardín con infinidades de flores, rosas, claveles, y hortensias posadas en una maceta de cemento.

Ansioso, llamo… espero una respuesta. La puerta de hierro se abre, y se asoma una cabellera blanca venida en años, es don Francisco Brandán, papá de Hugo. Me saluda cordialmente, y me invita a pasar. Al entrar, instantáneamente percibo un aroma característico de esa vivienda, esa misma esencia de frescura que sentí, allá por 2007 cuando fui por primera vez. Un comedor de proporciones moderadas, de color crema, y en el centro del cuarto, una mesa teñida color nogal oscuro, rodeada por seis sillas tapizadas de un verde opaco. En las paredes, cuadros de fotos de una gran familia. En un estante, se luce una cuasi bodega de añejos vinos, en diferentes tonalidades.

Don “Pancho”, de altura generosa, espalda ancha, tez morena, manos imponentes, un hablar cansino, y como no podía de ser de otra manera, zafrero.

Entre mate y mate, recuerda a su hijo. La voz  se  fractura, se puede percibir tristeza y un vacío profundo. Vestido con una remera azul, pantalón de grafa, y botines de cuero, me muestra fotos de su hijo cuando era un niño.

Luego se levanta, busca un manojo de llaves, y se dirige a otra habitación. Al volver trae en sus manos una carpeta negra. Dentro de ella, hay hojas, que parecen ser letras de canciones que guardaba Hugo utilizadas en sus shows.

Ahí rememora los años que su hijo tuvo la suerte de llegar con sus canciones a Cosquín.

Por momentos, mientras revive cada una de las imágenes congeladas en papel fotográfico, es posible sentir el silencio entre una y otra postal. Le cuesta arrancar, se nota su emoción.

- "La vida está siendo dura con la familia".

Y era así, no hace cinco meses por un accidente doméstico, su hija Lorena, de profesión peluquera, falleció por inhalar queratina, muerte tan inesperada como la de Hugo.

Hoy debe cuidar, sus pequeños nietos que quedaron huérfanos.

Su conversación me transporta al mundo de su hijo, que él conocía mejor que nadie, confidente con su padre, me dice:

– "Solíamos tener largas conversaciones".

Con el rostro lleno de tristeza, mientras agacha la mirada, buscando una respuesta, recuerda cómo sufrió junto a su hijo, el día que llegó a su casa una fría carta, el aviso de despido del Ingenio Arcor,  trabajo que había sido sostén del hogar de Hugo.

* * *

Luis rememora un asado que realizó su amigo para juntar a todos los chicos de su banda. En aquella oportunidad recuerda que no iba a ir porque estaba enfermo, pero el poder de convencimiento de su amigo, fue más. Lo terminó convenciendo cuando le mandó un mensaje por WhatsAap diciendo vení, “Chaman” (apodo afectuoso que usaba Hugo para llamar a Luis). Ante su desazón, por no tener que llevar para compartir, su amigo le exigió que vaya igual. Hugo siempre tenía esa frescura particular, Luis, sentado en una silla de mimbre color marrón lo recuerda, una noche calurosa de primavera en algún lugar de la ciudad de Concepción. Y asiente, que pensó que ese llamado de su amigo era quizás, el último asado que compartirían. Luis García es un joven de treinta y dos años, de un metro setenta, pelo negro, cara angulosa, vestido con camisa blanca y pantalón al tono, zapatos negros y brillantes. Aquel día nos juntamos a charlar, cuando le comenté lo que tenía pensado hacer sobre su amigo, accedió con suma amabilidad para hacer la nota. También sucedió lo mismo con Marcos, que llegó un poco más tarde para aquel encuentro.

Desde lejos lo pude observar, venia caminando hacia nosotros que esperábamos sentados en la vereda, en sus manos cargaba un teclado, que seguramente lo utilizó luego de ensayar con la banda municipal. Lo saludé con afectuoso cariño y rápidamente le ofrecí sentarse. Al igual que Luis, se acomodó en un sillón de mimbre, le ofrecí gaseosa a la que accedió con gusto. Marcos era amigo de Hugo, desde hace mucho tiempo. Se criaron juntos en Arcadia, cuando allí por gustos musicales en común, decidieron armar un conjunto folclórico. Marcos Varela es un flaco alto, metro ochenta, cabello oscuro con un flequillo prominente y de dedos largos, como pianista que es.

Anécdotas, anécdotas y más recuerdos son el común denominador cuando menciona a Hugo. Nos reunimos una noche estrellada, Marcos afirma que si hay algo que le llena el alma, es que su amigo siempre le remarcaba lo importante que era él en su vida. Con la voz quebrada evoca el día en que se recibió de profesor en música en el conservatorio, imagina lo que hubiese dado Hugo por estar ahí. En la mirada se le nota la emoción, esboza una sonrisa, y concluye, que en lo musical, lo ayudó muchísimo. Confirma con un tono seguro, que la mitad de lo que es, se lo debe a él.

* * *

Como no podía ser de otra manera, Monteros, cuna de poetas y folkloristas, como fueron Julio Paz, Ángel Cabrera y Daniela Álvarez, fue la ciudad de nacimiento de Hugo, pero su corazón estaba arraigado profundamente en Arcadia, su hogar.

Por su personalidad y estatura prominente no podía pasar desapercibido. Su pelo siempre prolijo, cortado al ras, ojos achinados, labios carnosos, piel reseca, desde muy niño tuvo un porte imponente, contradictorio con el apodo, con cual solían llamarlo cariñosamente, “Pequeño”.

Hugo Brandán, de 34 años, era un joven tucumano que cargaba en su mochila, una infinidad de sueños. Nació fruto del amor entre Pancho y Marta, único varón, entre Lorena y Florencia.
Cursó su primaria en la escuela pública U Ladislao Frías en la ciudad de Concepción. Establecimiento de imponente dimensiones, rodeada de maduros naranjos, escaleras rojizas de mármol desgastado por el paso del tiempo, ubicada en el corazón de la Perla del Sur.

En su adolescencia, ingresó  a la Escuela de Comercio República de Panamá, instituto situado al noroeste de ciudad suereña, que linda con el CEF 24 a su izquierda, y da la espalda a la colosal Plaza Haimes, que es nido de las palomitas blancas, que concurren a aquella escuela. Allí fue de donde egresó con el Título de Perito Mercantil. Desde muy chico le gustó la actuación, aptitud que lo acompañaría toda la vida.

* * *

Un pasillo eterno, con habitaciones a ambos lados me lleva a la cocina. Ahí está Marta Ponce, su madre. De contextura pequeña, ojos color café, pelo color castaño, muy agradable en su trato. En la mesada de sobrio granito, una frutera repleta, al lado, con varias estatuas y estampas de santos, un plato viejo, sostiene una vela que ilumina el altar.

Mientras juega con las verduras.

– “Huguito era la persona que me hacía sentir un chef"

Deja sus quehaceres y continua relatando como fueron los comienzos de su hijo en el teatro, como toda madre fue ella quien le calzó sus vestimentas de santo para la fiesta de navidad. Y luego continuó en la escuela primaria.

Esto  le arranca una sonrisa cuando recuerda que una vez lo vistió de San Roque con ojotas y un perro que solía tener la familia.

-     – "Por ese tiempo empezó a cantar, era muy amiguero, un gran líder".

Ahí  forjó su estrecha relación con el escenario, aquella conexión lo acompañó hasta el final de sus días.

* * *

Terminado el secundario comenzó su vida laboral en el ingenio La Providencia ubicado en localidad de Río Seco. A la temprana edad de 19 años, a Hugo le diagnosticaron diabetes, siendo insulino dependiente, con problemas de tiroides y también hipertensión.

A pesar de todas las adversidades que le impedían realizar lo que amaba, este joven entusiasta no se dio por vencido jamás y siguió con su sueño musical, que fue su cable a tierra. La Diferencia fue el nombre que eligió para su primera agrupación en el año 2007. Aquella banda de amigos supo amalgamar los distintos estilos musicales de cada uno de sus integrantes, lo que le dio un sonido particular, un teclado, una guitarra eléctrica, una percusión y una armónica formaron un estilo diferente ese momento. De ahí surgió el nombre. La primera grabación de un demo, le posibilitó expandirse y llegar a todo el país. Con el correr del tiempo fue llegando con su música a los distintos festivales de Tucumán, como el del Queso en Tafí del Valle, donde logró un primer puesto.

* * *

No conforme, Hugo decidió subir la vara, ¿el sueño?, Cosquín. Llegó el verano de 2016 y en  enero, empezaron los preparativos. Bolsos, comida, instrumentos, horas de ensayo, partieron a Córdoba. Los balnearios Azud Nivelador, La Toma, y Bilatte Masset fueron cautivados por el canto de “Huguito”, logrando que los chicos de Arcadia dejaran una buena imagen, pero no fue suficiente para ganar en los Espectáculos Callejeros, y quedó la cuenta pendiente de volver por la revancha. La formación de la banda cambió, pero Hugo siguió firme con su deseo. En 2017 y 2018 conformó una banda llamada La 38 Folk, la cual tuvo la posibilidad de participar de nuevo en los espectáculos callejeros, donde compitieron con más de mil grupos de todo el país. En esa oportunidad su conjunto quedó nominado entre los treinta mejores artistas. Por ese tiempo Hugo disfrutaba de su esposa e hija pero no olvidaba  que le faltaba una meta por cumplir, tocar en el escenario mayor de Cosquín.

* * *

De nuevo en Concepción, me dirijo hacía la terminal de esta ciudad. Un colectivo de un naranja radiante, me transportará a Monteros, pero previo atravesaré por la ruta nacional 38, Arcadia, Río Seco, Villa Quinteros, León Rougés, para así luego sumergirme en  una ciudad que en cada rincón respira folklore. 20 kilómetros separan a estas dos localidades hermanas, que serían para Hugo el comienzo y el fin.

Allí quedamos en encontrarnos con Florencia Brandán, como él la llamaba en su hermana menor, al fallecer Lorena, se aferró a Hugo.

Por la diferencia de edad, diez años, fue un referente en su vida, era quien se disfrazaba de papá noel para regocijo de los niños del pueblo.
También quien les enseñó los villancicos para la fiesta de los pesebres en Rio Seco, a los adolescentes solía reunirlos guitarra y canto por medio, para aconsejarlos. Hugo también fue Secretario de Cultura de la Comuna Arcadia. Hoy Florencia comenta, que por la perdida de sus  hermanos debe ser sostén afectivo de sus padres.

-“Perdí mi amigo, mi hermano, mi confidente, qué puedo decir, estoy destrozada”.

* * *

Arcadia, palabra quechua, que significa, pueblo entre dos ríos, Gastona y Rio Seco, me ofrece un paisaje sereno, con lejanas montañas perdidas en el horizonte. Un sol entibia la mañana, el cantar de los pájaros le pone música a mi recorrido. Calles de tierra, y un ladrido perdido aceleran mi caminar. Me acerco a una casa, toco el timbre.

Voy en busca de Horacio Díaz, otro amigo de Hugo que también compartió con él, buenos momentos de música.

Al ser atendido, la figura de Horacio, de profesión peluquero, se hace presente, vestido de chaqueta negra, e impecable pantalón vaquero, por ser sábado, es un día de mucho trabajo.
Un piso rojo con manchas blancas, paredes de distintas tonalidades, contrastan con los cuadros y muebles de madera hechos con tarimas. En la mesada, diferentes utensilios de peluquería. Tijeras, peines, navajas, brochas, spray y tinturas utilizadas en el oficio.
Un espejo rectangular, al lado una guitarra apoyada en la pared, adornan el espacio.
Horacio, de contextura corpulenta, pero a la vez fibrosa, de pelo oscuro, ojos negros, flequillo corto, sostiene en su mano derecha una tijera, mientras realiza su trabajo, responde a mis consultas, sobre cómo conoció a Hugo.

Vecino de toda una vida, comenta que lo conoció, en razón de que a ambos les gustaba la música. “Pollo”, como lo llaman, compartió los últimos momentos musicales junto a él.
Uno de estos, fue cuando llegaron a Córdoba con un bagaje de ilusiones, para representar a Tucumán, en el circuito de Peñas Callejeras de Cosquín. Allí tuvieron la posibilidad de competir con diferentes músicos de todo el país.
Recuerda con mucha satisfacción, el poder haber conseguido conocer el lugar donde cualquier artista aspira llegar.

-"Era feliz mi amigo, al gozar de los aplausos de tanta gente a la vera del rio Cosquín".

Mientras se da la vuelta y me indica que vea la foto colgada detrás de mí. Allí estaban ellos dos en una de las actuaciones.

* * *

Marcos Varela afligido evoca aquel día trágico,  recuerda haber agarrado su ukelele aquella mañana gris, para tocar una canción que había compuesto su amigo, pero debido a la emoción no pudo continuar su interpretación. Luego de conocer la triste noticia,  Antonio su hermano, se acercó hasta su cama y con los ojos llorosos, los hermanos se fundieron en un abrazo. Esperanza, es la palabra repetida por Marcos, una y otra vez. Esa sensación de que podía salir de la internación era a lo que se aferraban él y sus familiares, porque todas las veces anteriores había podido ganarle a muerte.

Sentado, Luis García escucha con atención, mientras Marcos continua su relato, se conmociona con él. Entre sus viajes de Arcadia a la capital tucumana, donde continúa sus estudios en especialización en piano, comenta que era imposible irse a  la capital del Jardín de la República sin antes pasar para ver cómo estaba su amigo. Cuenta con melancolía como fue la última vez que asistió para verlo. Al llegar se encontró con Marta, la saludó, y rápidamente subió al siguiente piso. Allí en terapia intensiva Hugo  estaba inconsciente, y conectado a un respirador. Se encontró con la dura realidad. Pancho, salió de la sala y pidió que solo ingresaran a visitarlo los familiares, pero luego Marcos pudo verlo.

También menciona, que una noche de esas que solía pasar por la clínica, se encontró con sus amigos, con los cuales habían formado el primer grupo musical en el que estuvo Hugo. Mira hacia arriba y enumera, Peter, Gustavo, Antonio, Esteban y yo, nos encontramos ese día. No me olvido  de esa imagen, susurra con nostalgia, mientras  suspira. Recuerda, que todos estaban alrededor de su cama y de un momento a otro, Esteban tomó la mano de Hugo, luego siguieron los demás muchachos, parecía una imagen de película, comenta sonriendo.

Marcos me interrumpe espontáneamente, se acuerda que el día de la despedida ninguno podía reaccionar, inmóviles por la tristeza. Florencia, nos ordenó ¡"Vamos, vamos, vamos"! ¡"Toquen, toquen"! Marcos, miró asombrado, y reaccionó ante el pedido. “Volverás” fue la primera canción que sonó, mientras las lágrimas se desprendían de todos los presentes.
Un caluroso aplauso de la concurrencia fue la despedida, como si hubiera estado triunfando en Cosquín como era su sueño.




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