Boleto directo a la igualdad


Subir a un colectivo nos lleva a encontrarnos con miles de situaciones cotidianas. Es común tener que viajar parado, entre empujones con gente que tiene el mismo interés de llegar rápido a casa y escuchando los gritos de un vendedor que ofrece el turrón más rico del mundo al mejor precio posible; y de la misma manera es común subir y encontrar una variedad gigante de ofertas para sentarnos, entre un silencio que invita a una pequeña pero reponedora siesta.

Los usuarios de la línea 123 se encuentran a diario con estas situaciones, pero hay algo en particular que todavía asombra a más de uno cuando suben al interno 161 con cartel a “Lastenia”, y es que quien conduce es una mujer, la única en ejercer actualmente este oficio en la provincia. Se llama Paola Masmud, que con 42 años y una vida marcada de momentos difíciles, ya lleva diez sentada en un asiento donde el género masculino “copa las paradas”. "La Turca" como le dicen sus amigos, es de signo cáncer, tiene una figura delgada que delata el constante contacto con el deporte y una cabellera que ahora luce rubia. 


Colectivo feminista."La turca" decoró su coche con detalles de peluche
 rosa y su nombre escrito en el tapizado

La noche está fresquita en la capital tucumana. La tormenta del día anterior dejó secuelas positivas para aliviar los agobiantes 31,32, 33 y hasta 37 grados que habían frecuentado la semana. El bar de la estación de servicio de la rotonda del Parque 9 de Julio es el lugar pactado como sede del encuentro.  El rico aroma proveniente de las parrillas en la vereda de enfrente invitan a traicionar al chef del lugar con el señor pelado que mueve los chorizos como si estuviera manejando una orquesta sinfónica. Una mesa para cuatro es la elegida, y aunque seamos dos personas, a Paola le viene bien este elección, ya que una de las sillas vacías la usará para dejar reposando su bolso de trabajo. Que no es el clásico botinero negro que suelen cargar los conductores de colectivo, sino que está reemplazado por una cartera a rayas negras y blancas. Se sienta y abre el bolso para sacar su celular, al que termina encontrando luego de una ardua búsqueda entre cientos de accesorios de maquillaje. Su rostro denota una larga jornada laboral, que se vio revolucionada por las constantes quejas de los usuarios ante el inminente aumento del boleto y por el rumor en la empresa sobre una inminente ola de despidos. 

La primera pregunta es sobre cómo llegó a ser colectivera, a lo que responde sonriendo al recordar a alguien. Estando de novia con un muchacho que era chofer y a escondidas de los dueños, él la dejaba conducir el ómnibus cuando lo llevaba al galpón para guardarlo. Recuerda a ese amorío con una frase típica: “Turca vos tenes que subirte a un colectivo, esto es lo tuyo”. Un día saliendo del gimnasio, el destino tenía preparado para Paola lo que sería el empujón que le faltaba para cumplir uno de sus sueños. Se reencontró con un amigo de la infancia a quien no veía hacía tiempo, y vaya casualidad que éste también trabajaba manejando colectivos. Le pasó el contacto de su patrón, y la turca, que en ese entonces trabajaba en una Estación de Servicios e imploraba por un cambio de aire, no dudó en ir hasta las oficinas de la empresa EL TANDILENSE

La insistencia a uno de los hermanos Berreta (dueños de esa empresa) fue tanta que éste terminó concediéndole una orden de práctica. Dos semanas le bastaron para terminar de conocer los recorridos que debía realizar en caso de entrar a trabajar. Los primeros tiempos no fueron fáciles. No tanto por el hecho de generar sorpresa en los pasajeros, sino por la mala onda que percibía, sentía, recibía y no comprendía de parte de sus colegas. No fueron pocas las veces que tuvo que controlar sus impulsos para no terminar a las trompadas con algunos. Incluso tuvo que intervenir un inspector para no permitirle pelear con un “machito boludo” del TESA que se subió a insultarla en el coche cuando estaba entrando a la terminal. Su condición de mujer, y ser la única en este rubro lleva a muchos a pensar que pueden pasar por encima de ella. Sin embargo, su personalidad y su carácter convierten a Paola en una gran representante del género. Mismo género al que elogia en otros rubros, como la arquitectura o la albañilería.

-Las mujeres hacen mejor esos tipos de trabajos que los hombres, cuando construya mi casa, la va a diseñar y la va a edificar una mujer.

En tiempos de empoderamiento femenino, Paola defiende a capa y espada la igualdad en las capacidades de varones y mujeres para realizar cualquier tipo de trabajo, e invita con su ejemplo a todas las chicas que aún no se animan a romper las barreras del machismo en determinados ámbitos. 



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Los árboles en las veredas de la calle Sarmiento en Banda del Río Salí tapan con sus grandes ramas los carteles de numeración de las casas, por lo que encontrar el 264 resulta más complejo de lo normal. Un mensaje por celular de la protagonista, señala la clave para hallar la entrada: la puerta colorida que está justo al lado del kiosco "Maxi". Se abre dicha puerta y aparece Paola, mate en mano, bajando por unas escaleras que conducen a su hogar, un departamento chico, pero con las comodidades necesarias para alguien que vive sola y pasa poco tiempo del día refugiada. No se hace esperar la presencia en la charla de dos personajes de los cuales ella habló bastante en anteriores encuentros: sus gatas Lola y Wanda. No exageraba nada cuando decía que eran muy inquietas, ni cuando alababa la suavidad de sus pelajes. Sobre la mesa descansan la pava, un recipiente con mitad azúcar y mitad yerba, una bolsa con tortillas y el control del televisor, que está apagado. El silencio del ambiente ayuda a que esta charla sea más profunda y sobre temas de los que en un bar o arriba del colectivo no se había animado a detallar. Su rostro se pone más serio de lo común y el recuerdo de algo feo impacta en su mirada al intentar rememorar su infancia.

- No tengo recuerdos muy lindos de cuando era chica, más bien la mayoría de las cosas eran horribles.

Cuando todavía no caminaba se separaron sus padres, y junto a su hermana Karina les tocó ir a vivir con su padre. En una casa ubicada en Marco Avellaneda al 600, su progenitor tenía una panadería y además vendía comidas árabes, por arraigo familiar, ya que sus abuelos vinieron a vivir en nuestra provincia escapando de la siempre peligrosa Siria. Al principio todo marchaba bien, hasta que don Francisco Humberto Masmud encontró pareja y la llevó a vivir con ellos en busca de reformar la familia. Paola recuerda a su madrastra con un rencor que se puede captar a simple vista, incluso si cerrara los ojos y sólo oyera su tono de voz, también se podría captar ese odio. Y no es para menos, los continuos episodios de violencia que vivía a sus 9 años le habían llegado a provocar trastornos en su alimentación y por ende en su salud. Este infierno tuvo fin una tarde de verano, cuando la “Kuki” (como recuerda a la novia de su padre, de apellido Molina) la golpeó con unas sandalias taco aguja en sus brazos y le generó grandes moretones. Fue la gota que rebalsó el vaso e hizo que decidiera hablar con su padre para ir a vivir con su mamá en Tafí Viejo. El panadero hizo caso a su pedido, y así las mellizas regresaron a la cobija de doña María Cristina del Rosario Maulú en busca de recuperar la alegría que todo niño debiera transitar a esa edad.  

Como cosa linda de aquella época sólo recuerda el hecho de compartir escuela con su melliza. Karina se destacaba en los estudios y Paola…bueno lo suyo eran las travesuras y ser la defensora de su hermana. Su sonrisa demuestra alegría cuando recuerda una idea pintoresca que tenía por aquel entonces. La misma constaba en intercambiar roles y que sea Karina quien rinda exámenes en lugar de ella para poder pasar de grado. La divulgación de aquella loca idea hizo que, al enterarse la directora de la escuela, recomendara a doña “Charito” cambiar de escuela a sus hijas, y que vaya cada una a un colegio diferente. 

Y mientras va terminando de contar su fallido proyecto para tener éxito escolar, su mirada se pierde y su rostro vuelve a demostrar pena hasta llegar a inundar sus ojos de unas inminentes lágrimas. En su interior se genera una batalla ya que hay algo que quiere contar pero no se anima del todo, hasta que suelta algo que paraliza el ambiente.

-Sufrí abuso por parte de mi tío, el hermano de mi mamá.

En ese momento se genera un silencio impensado hasta hace unos segundos, que confirma por completo de veracidad su frase de “no tuve una infancia feliz”, que dijo justo antes de tomar el segundo mate. Paola había podido escaparse del infierno que vivió con la “Kuki”, pero el destino le tenía preparado otro golpe duro que desestabiliza a cualquier mujer. Un dejo de tristeza se renueva aún más en su rostro al recordar que su madre no le creyó en aquel momento la acusación contra su hermano. Pese a eso fue corriendo y llorando hasta la Comisaría y pidió hablar con el comisario.

- Lo guardaron varios días a ese degenerado.

Estaba cursando el segundo año de la secundaria y convivía junto a su hermana Karina, su hermano Fredy, su mamá y el hombre acusado. El hecho dejó secuelas graves en su vida familiar y personal. Que su madre no le creyera golpeó sus sentimientos más profundos y recuerda guardarle rencor por eso durante muchos años, hasta llegar a comprenderla desde la perspectiva de que es algo común que les pasa a las víctimas de abusos, o por lo menos en esos tiempos lo era. Evitaba las mesas familiares e incluso había días en los que prefería no comer con tal de no tener que estar en el mismo lugar que esa persona. Esos trastornos afectaron también su desarrollo educativo, y puso fin a su carrera escolar sin llegar a terminar la secundaria. El paso del tiempo fue cerrando esa herida un poco. Hoy en día decide no darle importancia cada vez que le toca cruzarse con su agresor en alguna reunión familiar.


La conversación cambia de rumbo y el siguiente tema a tratar tiene su parte buena y la mala, como casi todas las cosas que pasaron a lo largo de su vida. Al consultarle por su hija, la sonrisa que se dibuja en su rostro parece no entrar a lo ancho de su boca, pero sus ojos se ponen brillosos al pensar en el tiempo en que no pudo disfrutarla, ya que hubo un hecho del que se arrepiente hasta el día de hoy.

-La abandoné cuando era chiquita. Lo hice por boluda, por seguir atrás de un macho que me llevaba por un muy mal camino.

Leila había cumplido cuatro años. Su llegada había sido la noticia más linda en la vida de Paola, luego de varios meses intentando en vano convertirse en mamá. La relación con el padre de su hija, con quien se casó al enterarse del embarazo, duró hasta pocos meses después del nacimiento. Un episodio de violencia, en el cual tuvieron que intervenir los vecinos para que "la turca", defendiendo a su hija, no termine golpeando gravemente a su entonces pareja, fue el detonante final de la relación. Con 22 años y una personalidad de llevarse al mundo por delante, intentó continuar su vida siguiendo los pasos de un hombre con el que se puso de novia tiempo después de haberse separado. Las constantes quejas de éste hacia su hija, trastornando la convivencia entre los tres, la llevaron a tomar la decisión de abandonarla. 




A raíz de este hecho, Leila quedó al cuidado de su abuela materna, quien tomó la decisión de llevarla a vivir en Tandil. Y si bien Paola podía visitar a su hija, era similar a una visita carcelaria, ya que las dejaban encerradas en la casa y escondían las llaves para evitar algún intento de "fuga". En una de esas visitas, y aprovechando un descuido de su ex suegra, tomó la decisión de emprender regreso a Tucumán. Al llegar a la provincia se encontró con una batalla judicial contra su ex marido, que culminó luego de unos meses con la obtención de la tenencia de su hija. La mirada triste al recordar esos hechos se va desvaneciendo, y se convierten en sonrisa al ver una foto de ellas compartiendo una merienda, reflejando la buena relación que tienen en la actualidad.  


La charla va finalizando de manera más distendida, y a la despedida se le suma la promesa de que en un próximo encuentro, la yerba y el azúcar serán reemplazados con Kipes y Kaftas (comidas árabes), es decir la especialidad de la casa.
                                                                                 

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Fredy, como muchos otros jóvenes taficeños, se había movilizado aquella noche de 1987 para repudiar la presencia en la ciudad del entonces candidato a gobernador por Bandera Blanca Antonio Domingo Bussi. Frente a donde hoy funciona el Consejo Deliberante, custodios del militar condenado por delitos de lesa humanidad abrieron fuego, hiriendo a Fredy, según la denuncia. 

El párrafo del diario LA GACETA en su edición online, describe a medias los hechos ocurridos aquel 27 de Agosto. Paola tenía 10 años y hacía pocos meses que había regresado a vivir en Tafí Viejo junto a su hermana melliza. En la ciudad del limón, se sumaban a la casa donde convivían su madre, el tío y su hermano por parte de madre, Fernando Alfredo Rojas. Ella lo recuerda como un chico alegre, que le gustaba “andar en todas”. Era mecánico, llegó a ser encargado en un boliche nocturno y también modelaba en algunas agencias de ropa.

-¡Doña Charo, doña charo…le han pegado un tiro a Pochito!

Paola cierra los ojos y aún puede escuchar los gritos de una vecina, nombrando a Fredy con el apodo que lo conocieron sus íntimos. Ella en ese momento estaba haciendo tareas del colegio junto a su melliza. Sus manos quedaron heladas, congelando el lápiz con el que estaba escribiendo. María del Rosario y su hermano salieron corriendo, ya que su casa estaba a pocas cuadras del trágico lugar, dejando a sus hijas menores a cargo de la vecina que le trajo la mala noticia. El miedo que sintió en aquel momento no se alivió con ninguno de los juegos que le propuso hacer aquella señora mientras esperaban a su mamá con las novedades.




-Lo mataron los de Bussi, mi mamá siempre nos aseguró eso. 

La "turca" reniega de que por el hecho se recuerde sólo a su hermano, ya que recuerda que también resultaron heridos otros dos amigos de él, con quien frecuentaban reuniones partidarias, y tuvieron la "suerte" de sobrevivir al atentado. Fredy militaba en la Federación Juvenil Comunista, y aquella noche se encontraba entre otros, con estos dos amigos del partido, con quienes habían asistido al acto político con el afán de repudiar la presencia del genocida. Su muerte quedó impune. La causa durmió en Tribunales y hasta la fecha no tiene culpables ni condenados, aunque “la turca” no pierde las esperanzas. Su idea es buscar un abogado e intentar llegar a obtener justicia. 

A pesar de la edad que tenía al momento del lamentable suceso, Paola siente el odio hacia el torturador de una manera que muerde sus labios de bronca al hablar de lo sucedido. Mucho tuvo que ver el hecho de haber visto sufrir tanto a su madre. Recuerda que doña Charito pasó noches enteras en la guardia del Sanatorio 9 de Julio hasta que el corazón de Fredy dijo basta, el 29 de Noviembre de ese mismo año.   


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Viajar en colectivo en época veraniega en nuestra provincia fue un calvario por el que debieron soportar nuestros padres y abuelos, y aunque hoy en día todavía lo es para muchos comprovincianos, no es el caso para los usuarios de la línea 123, ya que las unidades equipadas con aire acondicionado hacen del viaje hasta Lastenia una invitación casi irresistible a una siesta de media hora. Paola celebra que sea uno de esos coches con aire el que le asignaron a ella para trabajar. Lo decoró con osos de peluches, faros en los pedales, y luces del pasillo todo en tonos rosa y fucsia. Incluso el sábado 21 de Septiembre lo llenó de globos y flores, para hacer sentir a sus pasajeros la festividad de la llegada de la primavera. Esto generó la atención de usuarios que captaron el momento y lo replicaron mediante sus perfiles en diferentes grupos de Facebook. También le hicieron una nota de un diario digital. Teniendo en cuenta estos detalles, encaja perfecto en el parabrisas del coche la leyenda "El glamoroso". Su desempeño arriba del micro le permitió recibir distintos reconocimientos, de parte de entidades feministas y de la municipalidad de la Banda del Río Salí. 





El día a día de las calles del microcentro tucumano es agitado. No hay lugar para todos, mucho menos para los apurados, cansados, enojados o alterados. El piii, piii, piii de las bocinas retumba en los oídos de cualquiera que quiera traspasar la Santiago en el horario del mediodía. Y ahí va el 161 manejado por Paola, corriendo una maratón, porque en 10 minutos tiene que estar llegando a la iglesia de San Expedito para marcar horario. Piensa en voz alta, y deja salir un deseo que tiene desde que era chica. Y es algo que en este preciso momento le solucionaría su problema con el tráfico.

-Tengo una cuenta pendiente, pilotear un avión. 

El semáforo se pone en verde, "la turca" pone primera y continua el recorrido. Un tachero frena de repente adelante y los pasajeros del 123 se tambalean bailando un vals en el pasillo. Ella resopla, se guarda un saludo para la familia del chofer del Corsa y lamenta por no haber podido poner en marcha el plan para aprobar las materias en la secundaria, eso le hubiera dado el título necesario para entrar a la escuela de Pilotos. Sin embargo, y como a todo en su vida, no le esquiva al bulto y se propone otra meta, donde si se siente plenamente en condiciones de lograrla.

-Mi otro sueño, y al que si voy a cumplirlo es trabajar manejando un camión.

Acostumbrada a los desafíos y atravesando los obstáculos que se le plantaron a lo largo de su vida, Paola Masmud me promete que nuestra próxima entrevista será en una ruta viajando por algún lado de nuestro hermoso país. Y teniendo en cuenta el camino que se abrió siendo la única mujer colectivera de la provincia, sembrando bases para que en un futuro no haya exclusividad de género en ningún campo laboral, no hay dudas de que así será. 




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