La pequeña selva de la Ciudad Jardín


Yerba Buena tiene bien ganado este apodo y sus llamativos espacios verdes lo justifican. El cerro San Javier, Horco Molle, entre otros forman parte de ese vestigio natural que envuelve a la localidad y le da un toque diferente.
Sin embargo, para tener un primer contacto con la selva pedemontana, no es necesario ir hasta el pie del cerro o al cerro en sí. Existe un lugar, en el medio de la ciudad, diferente, distinto, que nos da un primer vistazo de lo que es la naturaleza de la provincia.
Pero si alguien te dice que es posible estar en una selva y en la ciudad al mismo tiempo, creo que muchos lo mirarían de reojo, con caras raras. Y es que Tucumán tiene esos lugares increíbles, que despiertan curiosidad a todo aquel que viene de visita. No solo la exquisita comida que podemos encontrar en esos sitios. También hay zonas que están llenas de historias por contar y claramente esta pequeña parte, esta porción del suelo tucumano envuelve mitos en sus casi dos hectáreas.
Volvamos a lo de estar en la selva y en la ciudad al mismo tiempo. O que para ir a esta selva tenés que estar en la ciudad. Más de uno, al leer esto, pensará que es un tanto loco. ¿Una selva en la ciudad? A otros a lo mejor le despierta la curiosidad por conocer este lugar.
En una parte de Yerba Buena, existe un parque muy diferente a los demás que encontramos en la provincia. Ubicado en el corazón de la ciudad, podemos encontrar un espacio verde ideal para tener un primer contacto con la naturaleza. Y es que al Parque Percy Hill no le falta ningún condimento para decir que estamos en la selva.
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El Parque Percy Hill es un espacio verde de casi dos hectáreas. Antes de la urbanización de la ciudad, formaba parte de la selva pedemontana, que se expandía por lo que hoy es San Miguel de Tucumán hasta el Río Salí. El lugar también es conocido como “el monte de las cocinas” debido a que los trabajadores del Ingenio El Manantial acarreaban unas enormes cocinas de hierro para prepararse los alimentos. Este ingenio estaba en manos de Guillermo Hill y décadas más tarde, en los años 30, pasó a las de Percival Hill. Por distintos motivos, a principios de los 40´ cerró sus puertas.
Tras el cierre, Percy Hill decidió conservar este espacio manteniendo el aspecto de selva para distintos estudios. Uno de sus anhelos era donar las tierras al municipio para que éste se encargara del mantenimiento. En la década del 70, finalmente el parque pasa a manos de la Municipalidad de Yerba Buena cumpliendo el sueño de Percival.
El parque, lamentablemente, pasó varios años abandonado hasta que en 2016 volvió a hacerse cargo la municipalidad. Hoy en día, se encuentra cercado, pero es público, todo aquel que quiera tener un contacto con la naturaleza puede ir a disfrutar de la flora que hay en él.

A medida que nos adentramos en él, empezamos a sentir esa sensación de estar en un lugar diferente. En un lugar especial. En un lugar que esconde una historia magnifica. El sonido de los distintos insectos que habitan en el parque te hace dar cuenta de que estamos por aventurarnos en un sitio que difícilmente podemos encontrar en otra ciudad. Pero no es solo el sonido de esos insectos, el canto de las distintas especies de aves que viven ahí te deslumbra completamente.
Claro que no pueden faltar las picaduras de mosquitos. Y más en épocas de calor con toda la flora abundante del sitio. Si esto te molesta es recomendable usar alguna especie de repelente. El parque además cuenta con distintas especies de árboles en donde podemos destacar el Siempre Verde, el Horco Molle, el Palo Borracho, Arrayán, entre otros que le dan al lugar su condición de espacio verde y, como la ONU lo bautizó “Monumento Natural Único”.
El Percy Hill, sin dudas, es el testigo más fiel que existe sobre la historia de la Ciudad Jardín. Esa porción de dos hectáreas forma parte de la evolución de la zona. Preservando toda la vegetación autóctona y la flora, vio el avance de una ciudad que, a pesar del número de habitantes, se mantuvo hasta el día de hoy como el pulmón verde dentro la misma.
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Cuando llegué al parque sabía que era un lugar diferente. El zumbido de los insectos era ensordecedor que prácticamente acallaba el canto de las aves. El barrio estaba tranquilo, poco movimiento. Algún que otro auto, pero nada más. Al frente del mismo, unos trabajadores agobiados por el calor clamando que una nube pasajera se apiade de ellos y les dé un respiro del fuerte sol.
El portón del parque estaba abierto y lo primero que encontré es un Pacará de abundantes hojas florecidas por la primavera. Al lado una pequeña fuente, que comenzó a funcionar luego de un tiempo. Un cartel en especie de guía me dio un adelanto de lo que iba a encontrar en lugar.
Antes de adentrarme en él, leí el cartel y cerca del portón llegué a ver un caño de agua. Como dije antes el calor y el sol hacían a la perfección su trabajo. Tomé un poco de agua y decidí comenzar el camino por los senderos del Percy Hill.
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Antes de ingresar, le pregunté a las pocas personas que me encontré en el camino sobre el parque.
Miguel, un vecino de la zona, comenta que pasa sus ratos libres en el parque. Un apasionado de la lectura que aprovecha la tranquilidad del lugar para sentirse un personaje más del libro que lleva en sus manos. Se deja atrapar por la historia y realiza un viaje fantástico por las páginas de la obra.

Sin embargo, toda esa tranquilidad se puede ver truncada a la hora de la siesta. Esto se debe a que hay mitos de que a la tarde salen los enanitos a hacer sus travesuras. Una historia que se instaló en la zona y en los vecinos.

–“Tené cuidado con los duendes”, dijo, entre risas, Guillermina vecina de la zona.
Tomé mi bicicleta y me dirigí hacía el lugar.
Ese Pacará inmenso te da la bienvenida, abrazándote con sus coposas ramas llenas de hojas, al único remanente histórico de la selva pedemontana tucumana. A esa pequeña porción que logró sobrevivir a la urbanización de la zona y se mantiene como tal. Como lo que fue. Como lo que es. El más fiel reflejo de la selva.
En lo que recorría el sendero el zumbido se hacía más fuerte. Abejas, mosquitos de todo tipo sobrevolaban por encima de mí. Y las picaduras de éstos no faltaron. Mientras caminaba y observaba la abundante vegetación, las distintas especies de árboles como el Arrayán, el San Antonio, el Ombú, entre otros me sorprendí por unos obreros que estaban descansando bajo la generosa sombra generada por la presencia de estos árboles.
Sin querer molestarlos, seguí mi camino.
Con tanta flora en el parque las aves no están ausentes y podemos encontrar una gran variedad. Rey del Bosque, Picaflor, Benteveo, Juan Chiviro, Tangará, Fueguerom, Zorzales colorados y Chalchaleros son algunas de las especies que viven en el parque. Y otras tantas, debido a la urbanización, se alejaron del lugar.
De pronto me detuve a ver la hora y era yo el que tenía que alejarse de ahí porque el horario de cierre del parque se acercaba. Acompañado de mi bicicleta tomé rumbo con la idea de volver.
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Al día siguiente, el agua se había hecho presente. Durante esa madrugada la lluvia trajo alivio al intenso calor. Pero para desgracia mía el parque no había abierto sus puertas. Las calles se habían transformado en ríos. La cantidad de agua que llevaban era impresionante. Y ese zumbido, que aturdía, desapareció.
Esperé unos minutos pensando que podría abrir, pero no hubo resultado. El parque quería disfrutar de la lluvia sin la presencia de visitas. Decidió tomarse un descanso de las personas, aunque sea por un día.


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Años anteriores a que el parque pasara a manos del Municipio de Yerba Buena, entre 1960 y 1965 más precisamente el ingeniero agrónomo Antonio Krapovickas inició las gestiones, junto con la Fundación Miguel Lillo, para que esta pequeña porción de selva sea reconocida como reserva natural.
Con toda la flora y la fauna original de esa selva de las Yungas, que llegó a comprender desde Yerba Buena pasando por San Miguel hasta llegar al Río Salí, se buscó mantenerla tal cual para el estudio de la mismas y para realizar actividades en la naturaleza, como se lleva a cabo en la actualidad con el objetivo de alejar a las nuevas generaciones de las tecnologías y hacer que se relacionen con el cuidado y la importancia de la naturaleza.
Fernanda Runco, una de las personas que trabaja en el parque, reconoce que a pesar de todo lo que se realizó en el sitio, faltan algunos detalles como la señalización de los senderos. A pesar de esto, el Percy Hill recibió una distinción por parte de la Secretaría de Turismo de la Nación como “Parque Accesible”. Con esto se busca que el parque sea visitado por todas las personas, con discapacidad y movilidad reducida. Se ensanchó la caminería principal y se construyó una rampa de acceso por la entrada de la calle Pedro de Villalva.
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La zona donde hoy se encuentra el parque, en el pasado estuvo habitada por los indios Lules. Posteriormente, sirvió como asentamiento de la Compañía de Jesús formada por curas jesuitas. Tras su expulsión, el lugar se destinó a la producción agrícola-ganadera llamándose “Estancia Yerba Buena de San Pablo”. Con el paso del tiempo, la producción de caña de azúcar fue la actividad principal.
Gracias a esta actividad, el lugar también es conocido como el Monte de las Cocinas. Apodo que le surgió debido a que, en el Aljibe que se encuentra ahí, los trabajadores del Ingenio El Manantial sacaban agua y preparaban sus alimentos, acarreando grandes cocinas de hierro fundido. Además, aprovechaban la tarde para descansar de las arduas horas de trabajo bajo la envolvente sombra de los árboles.


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Tiempo antes, durante el siglo XIX, durante los años de la Batalla de Tucumán, surgió un mito que hasta el día de hoy es repetido. No se trata de ningún suceso paranormal que pudo haber acontecido en el lugar. Sino sobre Manuel Belgrano y sus tropas.
En el paso por la provincia del prócer, del creador de la bandera nacional, nació este mito que dice que en lo que hoy es el parque, Belgrano descasaba y dormía la siesta a la sombra de los laureles que rodeaban el paisaje.
Lo cierto de todo esto es que él si pasó por nuestra provincia, pero todavía no está comprobado lo de sus siestas en el parque. Un dato, quizás, incomprobable.



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El parque es un monumento a la naturaleza tucumana. Es el testigo de la historia de Yerba Buena. Una experiencia en el bosque en plena ciudad.
Entre todas las actividades que se llevan a cabo en él, entre talleres de coaching y de cerámica, se realizan tareas de recolección. Las mismas están dedicadas, especialmente, para los niños y buscan alejarlos de las nuevas tecnologías.
Con los materiales reciclables conseguidos por lamunicipalidad, en épocas navideñas, ellos realizan adornos y regalos para colocar en los distintos árboles del parque.
A medida que caminamos por las veredas del parque podemos encontrar distintos carteles que hacen referencia a lo qué es y lo qué significa este espacio verde. Y, entre ellos, hay uno que llama la atención. Uno que detalla lo que se puede vivir dentro de él. Es que el parque Percy Hill, como dice aquel cartel, es un aula de la naturaleza a cielo abierto.
Además de estos talleres, los boy scouts eligen esta pequeña selva para tener sus primeros contactos con el medio ambiente. La vida en la naturaleza comienza en la ciudad. En la “Ciudad Jardín”.
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Este pulmón verde significa mucho para la cuidad. Por sus imponentes especies autóctonas que invaden al lugar. Por la cantidad de aves que habitan en él. Se busca preservar al parque tal cual es. Que siga siendo atrayente para los visitantes y para todo aquel que se interese en la naturaleza. Para ir a despejarse, para tener un rato de lectura. El parque Percy Hill te permite realizar varias actividades en él. Pero ojo, no se puede hacer nada que atente contra la naturaleza y con su mantenimiento.
El “Monte de las Cocinas”, el Aljibe, las siestas de Manuel Belgrano y las travesuras de los duendes forman parte del maravilloso mundo del Parque Percy Hill.

Es el encanto del bosque, al alcance de todos.





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