Siempre hay revancha


Era una tarde calurosa, los treinta y pico de grados se hacían sentir en la provincia de Tucumán, todavía no había llegado el verano. Toca hacer un viaje, no tan largo, pero parece que es una distancia grandísima entre olas de fuego que se cruzan en las calles.

                                              Jacinto vistiendo los colores que más ama

No fueron más de veinte minutos de viaje y ya me encontraba en la puerta de una casa roja y blanca, que no es coincidencia que aquellos colores estén plasmados en esas paredes que se encuentran a la vista de la gente que pasa cotidianamente y que detrás de ella habitaba una enorme historia y una gran pasión.

Me asomé a una ventana apenas abierta, curioso miré sin saber que podía haber detrás de aquél cuadrado enorme, con una verja estrecha y que impedía seguir observando ese mundo desconocido.
Toqué el timbre, de esos que no sabes si funcionan o no. Intranquilo, con la incertidumbre de no saber si allí adentro alguien había respondido a mi llamado. Espero 1, 2, 3 o 4 minutos, hasta que alguien se asoma a la puerta y se escuchó una persona que preguntaba quién era e inmediatamente le respondí. No tardó mucho para reconocerme, me abrió la puerta, me invitó a entrar a su casa y amablemente me dijo tomar asiento.

Lentamente ingresé a aquél lugar con luz tenue, que poco a poco se iba adaptando a mis ojos, golpeados por un sol indecente como un flash, que muy de vez en cuando se ve en primavera. Una vez ahí adentro, quedé helado, sentí que por milésimas de segundos estaba dentro de un museo con muchos momentos que dejaron lo vívido en algún año, mes o día, dentro de una cancha. Miré para todos lados, lo único que podía encontrar dentro de aquello que se indicaba ser a un living, donde no cabía ni un alfiler entre tantos trofeos, medallas, un sin fin de fotos e inalcanzables recuerdos que marcaban que ahí, en el lugar que me encontraba, vive y seguirá viviendo una gloria del fútbol tucumano. Detenido, observando todo a mí alrededor, pasa aquél gran hombre que al parecer estaba saliendo de darse una ducha, por la toalla que llevaba en sus manos y que además tenía el pelo húmedo a simple vista. Se acercó, me saludo y me pidió que lo espere un momento.

***

Jacinto Eusebio Roldán, salía de entre los cuadros, fotos, copas, medallas e innumerables cosas que te llevaban al pasado, situadas dentro de cuatro paredes. Podía entender y comprender, que es una persona que sigue vinculada a su pasión, el fútbol. Es una llama que no se apaga y tampoco se apagará hasta sus últimos días en esta tierra.

En su rostro se apreciaba cansancio, en sus ojos caídos tristeza, sus manos libertad de expresar lo que quiera y una sonrisa tímida. Jacinto, se crió en una villa en la calle General  Lamadrid al 3.100, con sus padres Sevedo Eusebio Roldán y Josefa Lucinda Guerrero. Acompañado de sus once hermanos, una mujer y el resto  hombres. La humildad fue todo para aquél hogar y algo que nunca les faltó fue un plato de comida, gracias al trabajo de su padre, que se encargaba de mantener todo en pie y también de la felicidad de los suyos a su manera. Sevedo, trabajó en una empresa llamada Cootam como repartidor de leche y en sus últimos años antes de jubilarse distribuía soda. Una persona muy laburante, de esos hombres de antes que parecían no descansar ningún día de la semana y que siempre sacaba fuerza de donde no las tenía, para traer la moneda y pagar la hoya, como decían. Algo llamativo, en todo aspecto, a don Eusebio le gustaba el boxeo, un poco contradictorio a lo que fue la historia de Jacinto.

No existía una pelota en su comienzo en la vida deportiva, si la bolsa para darle un par de puñetazos, que su padre compró y colgó en el fondo de su casa, para realizaran dicho deporte el cual el padre era aficionado. Botitas, pantaloncito y guantes, eran los que se ponía para aprender boxeo cuando Roldán estaba en casa. Una de los recuerdos que cuenta el ex futbolista con una sonrisa. Una anécdota que siempre cuenta Eusebio a la hora de explicar cómo llegó el fútbol a su vida. 

Josefa, era una mujer incondicional y aguerrida. Madre luchadora y perseverante para sacar a su familia adelante en momentos complicados de la vida. Las empanadas, los tamales y bollos, aran las comidas que hacía para vender con sus hijos, cuando al hombre de la casa le faltaba trabajo. Así recuerda Jacinto a su madre. La felicidad, algo que nunca le faltó en su niñez y adolescencia. Es por eso que hoy son una familia unida, que siempre comparten momentos juntos, a pesar de que Lucinda ya no se encuentra entre ellos.

Para mantener aquella harmonía dentro del hogar, todos ayudaban y seguían los consejos de mamá y papá. Tal vez, un poco estrictos en sus pensamientos y sus formas criarlos. Alguien diría “como los papás de antes”. La educación, era algo que no pasaba por alto en aquél humilde hogar construido por muchas personas. El orden y la limpieza, siempre estaban reflejado en cada rincón. Jacinto contaba, que más allá de la cantidad de hombres que habitaban la casa, siempre estaba brillando. Haciendo referencia al desastre que podía haber sido, si sus padres no le daban las enseñanzas que él y sus hermanos tienen.

No fue difícil para Jacinto desde niño encontrar su pasión. La pelota y el fútbol, fueron todo para aquél pequeño gigante y que sin tener una idea, forjaría una historia brillante en su vida. Mientras charlábamos, se escucha un grito y un insulto se escapó por detrás de las paredes. Se produjo un silencio e inmediatamente Roldán reaccionó molestó, pero con un dejo de gracia por lo sucedido.

Entre risa, el dueño de casa continua conversando. Nato a su persona, la educación se ve muy refleja en sus raíces. Me parecía raro ver a alguien tan prolijo con su vocabulario. Tal vez, de un futbolista, uno no espera mucho en cuanto a su forma de hablar. Quedé sorprendido de su facilidad para poder expresar cada momento vivido. Los recuerdos para él, son como si hubiesen sucedido ayer y su memoria no queda en falta al contar cada suceso.

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Sus comienzos en el fútbol fue en el fondo de su casa  junto a sus hermanos. En un rectángulo de dimensiones grandes como una cancha profesional, pero a la que le faltaban las tribunas y su gente. Pasaba las horas jugando a la pelota. Los centros, los tiro libres y uno que otro partido con sus amigos del barrio, era lo que a él lo hacían sentir amor por aquél deporte. Su cara de picardía lo decía todo, podía imaginar que en su niñez era muy feliz compartiendo momentos al lado de una pelota.

- La canchita que estaba detrás de la casa, para nosotros era el Morumbi.

Jacinto, sabía que todo se terminaba el fútbol a la hora que don Sevedo regresaba a casa después sus largas horas de trabajo y que luego de comer, debía prepararse para comenzar sus prácticas de golpes a la bolsa de boxeo e impresionar a su padre que soñaba con que él estuviera dentro de un ring.

Si había algo que a Eusebio lo volvía loco y que esperaba cada año con ansias, eran sus cumpleaños y las navidades. Cuando lo decía, su emoción era como la de aquellos momentos, cómo cuando el mucho antes de que llegara a que le entregaran el regalo, ya sabía que dentro de aquél envoltorio de forma circular como un globo, que para él no era un misterio, sino que ya sabía que era la pelota que nunca fallaba y que siempre estaba presente en aquellos momentos alusivos y significativos.

Sentados en una mesa, con vasos de gaseosa que al tomarlos refrescaban el cuerpo como un baño de agua helada y además, parecía llegar en el momento indicado para calmar un clima hostil y un duro momento para recordar. Fueron sesenta los días en los que estuvo internado, la mayoría dentro de Terapia Intensiva y otros dentro de Unidad Respiratoria. Fue una pancreatitis aguda la que lo mantuvo alejado de cualquier actividad que deseara realizar y que le provocó dos paros cardiorrespiratorios, dejándolo al borde de la muerte. Si no fuera por los médicos que le salvaron la vida, el ex futbolista no podría haber contado sus increíbles a los 60 años de edad. 

- Le agradezco a Dios que me tocó con la barita mágica para que siga con vida.

La vida, para Eusebio es un partido de fútbol y en su mayoría salió victorioso. Lo que sucedido con su corazón fue que no dejó de latir por aquella pasión, él trajo todos sus conocimientos de resistencia y perseverancia, para lograr salir del laberinto que lo quería tener prisionero de sí mismo. Se contagió de su mujer, hijos y amigos, que le dieron las contenciones necesarias para resurgir entre las cenizas. Además, recuerda tener mucha gente a su alrededor y la mayoría de ellos hinchas de San Martín que dejaron todo por ver su ídolo nuevamente de pie.

Salir, no fue tarea fácil. Llegó a su hogar luego de estar mucho tiempo postrado en una cama de hospital. Al contarlo, se puede ver sol en sus ojos de tanta emoción al recordar aquellas ganas de estar más vivo que nunca y sacarle tarjeta roja a la enfermedad que lo vio sufrir. Un año fue lo que tardó en ir recuperando poco a poco sus fuerzas. Las piernas que tanto le dió para llegar a conquistar al pueblo futbolero, tardaron en cobrar ánimos. Primero comenzó caminando de la habitación a la puerta de casa, luego hasta la vereda, posteriormente por la cuadra y así fue sumando kilómetros, para llegar a retomar fuerzas y sentirse más vivo que nunca.

No fue la única vez que “Roly” tuvo que atravesar obstáculos que le propinó la vida, sino que también al lado de esposa. Sara Elvira Geréz tiene, con quién está casado hace 37 años, tiene 59 y que sueñan con llegar a muchos más. Se conocieron a través de sus padres, debido a que Eusebio tenía una lesión y tuvo que visitar la de la mujer que al día de hoy, tiene la llama de su corazón encendido y que aún se ve en sus ojos la admiración por ella.

El camino que transitaron juntos les puso pruebas, una de ellas fue perder un hijo. Pero, los mantuvo fuerte y los unió más. A Elvira, Dios le devolvió y le dio hijos maravillosos. Son seis, Lorena (36), Sebastián (34), Erika (32), Nicolás (29), Belén (25) y Facundo (23). Decidió tener a sus hijos en casa y tener la fortaleza de criarlos a cada uno de la mejor manera, debido a que Jacinto se encontraba mayor tiempo lejos de ellos, ya que debía cumplir su trabajo como deportista.




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Su inicio como futbolista con tan solo 13 años en Tucumán Central. Le tocó enfrentar a San Martín en La Ciudadela por la final del Torneo Evita y tuvo la suerte de lucirse, y de convertir el gol que le dio el título. Terminado el encuentro, dos personas (Schianove y González), encargados de las divisiones inferiores del club. Lo hablaron, con el fin llevarlo al “Ciruja”, sin pensarlo se encaminó a un nuevo rumbo para adquirir experiencias.

Por amor a los colores rojo y blanco, Roldán resignó hasta plata para intentar probar suerte. Pasó un tiempo y un 14 de agosto de 1974, con 15 años estaba realizando un entrenamiento con su categoría en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), lo buscaron de donde estaba, lo llevaron a hacer fútbol con el plantel de primera y lo pusieron con el equipo principal en la práctica. Al día siguiente, debutò en la cancha de Argentinos del Norte frente a Central Córdoba. El encargado de hacerlo debutar el día siguiente, fue Segundo Corbalán y quien lo animó a seguir por camino que después iría cosechando. Alguno de los referentes que estaban en el vestuario de San Martín era Víctor Pereyra, “Chacho” Elizondo y “Negro” Calderón.


Con el tiempo, se fue asentando y cobrando protagonismo. Natalio Mirkin, presidente de San Martín en esos apreciaba mucho a Jacinto, con quien tenía buena relación y también encargado de que aquel plantel no se le fuera ningún jugador, menos él que era un mediocampista relevante. Surgieron muchas propuestas importantes del interior del interior del pìas y exterior de la provincia. Conversando, “Roly” se ríe y me decía que el ingeniero bromeaba con él y le decía que no lo iba a descuidar. Sin embargo, en uno de los viajes que realizó el presidente, realmente se olvidó de marcarlo y dejarlo seguro a Jacinto, que decidió cerrar con Tolima, club colombiano y que le ofrecía el triple de lo que le podían dar los dirigentes del “Santo”.

Recuerda con melancolía su partida a su nuevo club, un lugar desconocido y sin tener mucha idea de que se podía encontrar allí. Llegó a tierras extranjeras y lo recibieron dirigentes del club con el que había firmado contrato. Riéndose, en sus recuerdos parece acordarse de alguna anécdota y me contó que le ofrecieron un “Tinto” y a esto responde que él no bebía alcohol. Sentados en el bar, esperando a que traigan lo ordenado, le trajeron una taza de café que le sirvió a la persona que lo había esperado en su arribo. Lo primero que hizo es reírse y contarle que en su país eso a lo que los le decían de una forma, para el argentino era otra.

Tuvo un pasaje muy bueno por el suelo cafetero, donde vivió momentos buenos y malos, tanto en lo personal y en deportivo. Tuvo la oportunidad de jugar una Copa Libertadores y convertir muchos goles. La gente lo amaba y lo sigue haciendo, que al día de hoy sigue recibiendo mensajes de hinchas que pudieron verlo jugar y que a pesar de ser personas a quienes no conocen, se toma el trabajo de contestarles a uno por uno. Si bien, no era un fútbol amateur, se pagaba bien y los que más la padecían, eran los locales en cuanto al pago. Tuvo la oportunidad de enfrentar a Carlos Valderrama, René Higuita, César Cueto, entre otros.

Jacinto, retomó a Argentina 1985 para jugar en Racing de Córdoba equipo en el que estuvo un año y regresó a Tolima. No se sentía cómodo Colombia y nuevamente volvió a la “Academia cordobesa”. Pasó el tiempo y las lesiones eran frecuentes y decidió dejar todo y embarcar a la provincia que lo vio crecer.

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Nicolás Roldán, hijo de Jacinto es un persona que tiene a distancia muchas energías, es de esos que le hablas y "PUMMM", se activan al momento y siempre con la energía por lo alto. Es futbolista como quién le inculcó desde casa. Tuvo un paso por el mundo de San Martín, del cuál también es hincha enfermo como todos en su casa y otros equipos. En un momento Atlético estuvo internado en contar con los servicios "Nico", quién tuvo una charla fuerte para ver su opinión y no cayó muy bien, pero la decisión era exclusivamente quien estaba involucrado, que eligió no ir a la vereda del frente. A pesar de no tener la misma suerte de papá, si tuvo otra, de compartir cancha con él y jugar campeonatos con familia y amigos.

Jacinto y todos en casa son muy unidos. Una vez retirado del fútbol, se dedicó a profundizar su amor por ellos y estar más tiempo. Por eso es que más allá de todo lo que le pueda haber tocado, él siempre va estar con los suyos, compartiendo un asado y recordando los buenos y malos momentos que día a día lo fortalecen para mantener la equipo en primera posición.




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