Viejo y glorioso Negro Ruiz
Había llovido toda la mañana, un martes frio, el cielo teñido de gris daba la sensación de que el agua en cualquier momento iba a aparecer una vez más. Llegué al Palacio de los Deportes ubicado en el parque 9 de Julio, y a lo lejos se podía ver a un grupo de señoras que con gran esfuerzo hacían trabajos físicos con su profesor, algunas con palos de escoba utilizándolos como barras y otras con botellitas con arena que suplantaban muy bien a una pesa.
-Y uno, y dos,
y tres, y cuatro. Y uno, y dos, y tres, y cuatro. ¡Vamos chicas!
A ese ritmo
exige Francisco “El Negro” Ruiz a sus alumnas que promediaban una edad de entre
30 y 50 años, pero que, entre risas y risas, él no dejaba que ninguna afloje al
trabajo. Todo muy familiar, agradable. Pero lo triste era ver el fondo que
rodeaba ese lugar donde diariamente realizan sus actividades físicas y al que
ellos se adaptaron muy bien, no porque quisieran sino porque no les queda otra.
El techo de madera roto, escombros en el piso, bancos caídos, completamente inundado
y con goteras que se pueden apreciar a simple vista, así luce el Palacio de los
Deportes, deteriorado y triste. Al rato se acercan chicos con una pelota,
listos para jugar, pero la cantidad de agua posada sobre la cancha frena sus
intenciones, el negro les ofrece uno de los haraganes que utilizan para secar
su espacio, aunque sabía que no iba a ser suficiente para sacar el lago que se
formó a partir de la lluvia.
-Yo tengo la
ilusión de que esto se va a arreglar, tiene que cambiar esto políticamente.
Encargado de la
secretaria de deportes de la municipalidad, Francisco brinda clases gratuitas
de lunes a viernes en el Palacio, llega como todas las tardes a las 14:30 y
comienza con las chicas, con distintas rutinas muy exigentes que algunas ya
están acostumbradas a hacer, otras aun no tanto y les cuesta. Al final del
entrenamiento estiran sus músculos por el esfuerzo y se despiden de a una.
16:30 marca el reloj, a veces un poco más, baja las escaleras se dirige a la
oficina y firma su presencia. Así termina con su trabajo el ex arquero, que
años anteriores llego a tener su escuelita de fútbol para niños donde jugaban
por la copa de leche en el mismo lugar.
Subimos a su
auto blanco, salimos por la calle Doctor L Arguello, dobló hacia la derecha por
la Av. Benjamín Araoz y antes de la rotonda giró a la izquierda por la avenida
Papa Francisco rumbo a Villa Alem. Con la radio prendida siempre en LV7, se
dirige a casa a un ritmo más o menos lento como disfrutando el paisaje de la
ruta.
356 partidos
oficiales entre primera división (107) y torneos locales lo hacen el jugador
que más veces vistió la camiseta de Atlético y también con más títulos (10)
junto a Hugo Ginel, entre 1970, cuando llegó de San Martin para ganarle el
puesto nada más y nada menos que a Roberto Ponce otro arquero histórico, y 1981
cuando decidió emigrar. Pero con partidos imborrables para su memoria, entre
ellos un 1-3 frente a San Martin en la Ciudadela en el cual comenzó perdiendo,
le atajo un penal a Raúl de la Cruz Chaparro y terminaron ganando aquel
encuentro. Y como olvidar aquella fecha número 5 del Torneo nacional de 1973
cuando Miguel Ángel “Pepe” Santoro arquero de Independiente campeón del mundo,
hizo que toda la tribuna lo aplauda luego de lucirse en el arco decano.
-Lo mejor que
me llevé de Atlético fue la ovación de la gente que era algo impresionante y
que “Pepe” Santoro me aplaudiera así.
En 1976 ganó la
copa Beccar Varela reservado para selecciones provinciales con el combinado de
la Federación Tucumana.
Enfrento en
cuatro oportunidades a Diego Maradona, dos en forma oficial y dos amistosas,
tres veces con la camiseta de Atlético y una con el combinado de la Liga
Tucumana de Fútbol en 1979, ganando 3 partidos y perdiendo 1.
Sentado en una
de las sillas plásticas blanca que pertenecen al comedor, con las manos un poco
inquietas entrelazando sus dedos, vestido de pantalón, musculosa Adidas y
zapatillas, siempre con ropa deportiva, es lo que le sienta más cómodo, y claro
toda una vida poniéndose los cortos y la 1 en la espalda no es para menos.
Llega de su trabajo 5 o 5:30 y siempre lo espera con mates su querida esposa.
-¡Rosaa!
-¿Que
necesitas?
- ¿Te acordas
donde fuimos después de atlético?
-Creo que
fuimos a Victoria
Dejo atrás su
paso por el decano, y se fue a buscar más aventuras en Buenos Aires, guardó sus
guantes, hizo sus maletas y se dirigió a Tigre, al poco tiempo tuvo la
posibilidad de jugar en Boca Juniors donde estuvo a punto de firmar. Luego de
un entrenamiento, dos dirigentes lo contactaron y le dijeron que tenía la
posibilidad de jugar en el “Xeneize”, emocionado como un niño por jugar en uno
de los clubes más grandes de Argentina, sin representante, solo con Rosa,
Francisco tomó su Renault 12 y voló lo más rápido posible hacia la Boca, donde
lo esperaba el presidente de ese entonces Martin Noel. Pero a veces la vida no
es justa, y todo solo fue una ilusión, quizás la más grande de su vida. Al
terminar de arreglar el contrato con el presidente, Boca ya tenía otro arquero.
-Fue una gran
desilusión, después volví a Tigre y estuve casi una semana sin querer entrenar,
estaba muy mal.
Entre risas y
aun un poco desilusionado por no haber llegado a cerrar el contrato en ese
entonces mientras apagaba el aire acondicionado que dejaba el comedor hecho
hielo. Pero el fútbol le dio revancha, a los 6 días, en las oficinas de Tigre
sonó el teléfono, ¡ring ring!, era Víctor Vesco y preguntaba por Francisco
Ruiz, quien estaba entrenando. Hablaron y se mudó a Santa Fe para ser nuevo
jugador de Rosario Central, donde compartiría equipo con Omar Palma, Raúl
Chaparro, Sergio Céliz, Héctor Chazarreta. Además, tuvo un paso por Temperley y
Belgrano de Córdoba.
Luego de su
paso por el canalla, llegaría el momento de viajar al exterior, su nuevo
desafío fue ir a La Paz en Bolivia, el Bolívar contrató al arquero para
disputar la Copa Libertadores de 1986 año en que su equipo iba a llegar hasta
las semifinales, donde compartió el grupo con América de Cali y Olimpia, aunque
la copa se la quedó River Plate al ganarle la final a los colombianos.
Francisco siempre se caracterizó por ser un buen profesional, pero asegura que
la vida fuera del país no es fácil, cuesta adaptarse y que su familia que
siempre estuvo presente, lo hizo aguantar.
Jugar el máximo
torneo de nuestro continente fue algo especial. Enfrentó a grandes equipos
jugando en San José de Oruro donde compartió plantel con José Daniel Valencia,
campeón del mundo con argentina en el 1978, allí vivió un partido histórico que
terminó 1 a 1, el 7 de abril de 1992 ante el Sao Paulo de Caffu, Rai y Zetti en
el mismísimo Morumbí, el año en que el tricolor se quedaría con el título y a
pesar de haber sido el único punto que obtuvieron en el campeonato es un
encuentro que quedará por siempre en la memoria del equipo minero. También tuvo
un paso por Jorge Wilstermann, fue a Colombia donde jugó en Bucaramanga y se
retiró a los 42 años.
Un 26 de
febrero de 1951 esta provincia lo vio nacer, y desde entonces Villa Alem, donde
alguna vez jugó de numero 9 ya que era hábil con los pies en el viejo
provincial donde solo había espacio para jugar al fútbol, fue testigo del
crecimiento del ex arquero. Vivió junto a su madre Irma Adolfina Cuevas y su
padre Francisco Antonio Ruiz, un nombre que pasó de generación en generación,
hasta que un sábado conoció a Rosa Neli Mercado su gran amor en uno de los
viejos carnavales de Tucumán Central lugar donde supo divertirse en su
adolescencia. Su esposa siempre lo acompañó a todos lados, desde Tucumán a
Buenos Aires, Rosario, Bolivia, Colombia, cada país y provincia donde Francisco
llevó sus guantes y defendió los tres palos del equipo que le tocaba. Le da las
gracias siempre a la mujer de su vida ya que todo lo que obtuvo fue con ella
bancándolo siempre.
-La conocí en
el carnaval y gracias a Dios hasta ahora sigo con ella. Es una mujer de fierro
El día
castigaba Tucumán nuevamente con sol, pero en el Palacio de los deportes se
vivía una jornada a puro fútbol y entrenamiento. Ruiz con sus alumnas
trabajaban con una serie de 500 abdominales y bajando las escaleras se podía
observar un buen partido entre chicos, grandes y más grandes que hacían lo que
podían en ese campo que parecía un desierto por la arena que había arrastrado
la lluvia de los días anteriores.
-Y uno, y dos,
y tres, y cuatro, y cinco…
Otra vez con el
conteo mientras aprovechaba para ver un poco el partido que se jugaba con mucha
intensidad en el centro del Palacio. Una mirada con entusiasmo y un poco de
nostalgia por esas ganas de jugar que se nota en su rostro. El fútbol le dio
muchas satisfacciones conocer a Cesar Luis Menotti, jugar con campeones del
mundo, pero su mayor orgullo fue ver nacer y crecer a sus hijos, Francisco,
Vanesa, Jesús y a sus nietos, Jonás, Aylén, Brenda y Cielo.
Cecilia “La Pantera” Mena cuenta como una de las deportistas más destacadas de Tucumán como
boxeadora profesional, campeona argentina, Sudamericana y Latina, son algunos
de los títulos que tiene en su haber y que la posicionan en ese lugar como
orgullo tucumano. Trabaja hace 8 años en el gimnasio del
Palacio de los
Deportes dando clases y tiene una buena amistad con Francisco.
Son las 16:30 y
Cecilia recién termina su entrenamiento, con mucho sudor y exhausta, pero con
una buena sonrisa la boxeadora por ahora retirada hasta nuevo aviso se toma el
tiempo de comentarme lo que es el negro a quien lo califica como un “señor muy
carismático y tranquilo”. Pero más allá de lo que el negro pudo haber sido como
deportista, toma como ejemplo la clase de persona que es, por la humildad con
la que trabaja y la solidaridad con sus compañeros y con sus alumnas.
-Esta zona es
frecuente de inundaciones y siempre nos ayuda a sacar nuestras cosas del
gimnasio cada vez que entra mucha agua.
La familia Ruiz
se caracteriza por ser muy futbolera, “El Negro” llegó a jugar en los grandes
de nuestra provincia, en el canalla, y también viajo por al exterior. Jesús su
hijo más chico hoy trabaja en la empresa 9 de julio, pero alguna vez siguió los
pasos de su padre, se inició en Tucumán Central donde debutó con 17 años y
luego una empresa privada vio sus condiciones y lo llevó a Córdoba, primero
pasó por el Club Deportivo Atalaya, luego estuvo en Racing y también por
Talleres, vivió en una pensión en la que hizo amigos como Julio Buffarini, con
el cual sigue en contacto, cada vez que viene a disputar algún partido se
acerca a saludarlo, y Javier Pastore. Pero al estar lejos de casa a tan corta
edad hizo que tome la decisión de volver. Ya de nuevo en Tucumán Jesús decidió
quedarse para disputar con varios clubes la Liga Tucumana de Fútbol.
Llegué a la
casa donde vive con sus padres, Brenda y Cielo, corrían por la casa como si
fuese una pista de atletismo, pero con la gran misión de pillar una a la otra.
Algo exhausto, Jesús llegó del trabajo y le pidió a su hermana que compre una
Pepsi.
-Traen la
gaseosa y arrancamos.
-Está bien.
Se sentó en una
de las sillas del comedor, y se notaba en sus ojos color café el brillo por la
admiración por su padre, viendo cuadros y cuadros que reflejan sus mejores
momentos como futbolista mientras comenta el placer y lo lindo que fue para él
vivir los últimos momentos de su carrera, también de lo increíble que es que la
gente lo reconozca como el hijo del “Negro Ruiz”. Pero por sobre todo Jesús admira
a su padre por la persona que fue siempre.
A pesar de que
tuvo la suerte de conocer a grandes jugadores del fútbol argentino como
Buffarini, Tevez, Pastore, entre otros, Jesús tiene una foto imborrable para
él, una de esas fotos que hasta se ponen de fondo de pantalla por lo especial
que es. Saca su celular con una sonrisa de oreja a oreja y ahí está, a la
derecha su padre vestido de verde con un cuello blanco a la espera del partido,
en el medio él con tres años de edad, de buzo y pantalón largo, siendo alzado
por los brazos de Diego Armando Maradona cuando aún vestía la camiseta de
Argentinos Juniors.
-Mi papá tuvo
la suerte de jugar al fútbol con él y yo de ligar una foto.
Como siempre,
llega del trabajo y sale a barrer la galería del frente de su casa, acompañado
por su perro caniche, que cada vez que ve a alguien acercarse a la verja negra
se asoma curioso y saca su pequeña cabeza entre los barrotes, pero lejos de un
ladrido para espantar el solo quiere jugar. Así, Francisco contribuye con las
tareas del hogar.
Eran las 6 de
la tarde, el sol calentaba a Tucumán como si fuera un horno y en las calles de
Villa Alem reinaba el silencio.
- ¡Pasa!
espérame un segundo y entramos.
Al entrar lo
primero que se puede apreciar es la cocina y justo a la par de la puerta al
entrar se encuentra una mesa chica donde Rosa, toma unos mates a pesar del
intenso calor de la tarde, pero bien acompañada por unas galletas, dulce de
leche, el sonido del televisor y el aire acondicionado que ambientaba el lugar.
Un poco más al fondo aparece el comedor, pero más que eso aparece un museo de
lo que fue la leyenda viviente que tiene Atlético y todo el fútbol tucumano. Cuadros
colgados en esa pared azul que reflejan su paso por el decano, reconocimientos
con camisetas con su nombre, fotos de la formación con Rosario Central en el
Gigante de Arroyito, hazañas en Brasil contra Sao Paulo jugando para San José
de Bolivia y una que otras fotos de sus hijos y nietos.
A pesar de cada
momento vivido en el fútbol grande de nuestro país e internacionalmente, el ex
jugador parece no olvidar sus raíces y recuerda a Tucumán Central con mucho
orgullo, club que le abrió las puertas de chico y que a los 15 años de edad “El
Maestro” Luna, quien era el director técnico en ese momento del rojo de Villa
Alem, lo hizo debutar en primera. La cara de nostalgia recae en su rostro al
hablar de lo que fue su primer amor. Lugar en el que se resume su niñez y de
anécdotas como cuando salieron victoriosos de ese Villa Amalia jugando el
clásico a estadio repleto
-Le ganamos 1 a
0, en su cancha y yo tuve un gran partido ese día estuve muy acertado.
-Debió ser un
privilegio para vos haber salido de ahí, le dije.
-Si, porque uno
es acá del barrio y tuve la suerte que las veces que jugué aquí en Tucumán
Central me hizo llegar al lugar que estoy.
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